12/12/22
Un artista al final del laberinto de la pintura
Cuando hablamos de arte, de prácticas culturales y de quienes las llevan a cabo, habitualmente es muy difícil separar la persona de su obra. No vivimos ni somos como compartimentos estancos, todo es en realidad diferentes manifestaciones de una unidad, de lo que somos y como somos. Es más, cuando hay diferencias notables entre el artista y su trabajo nos crea la sospecha de que algo extraño está pasando, algo no funciona, porque la ética y la estética forman parte de una unidad indisoluble… o así debería ser.
Desde que conozco a Joaquín Delgado y su obra hay dos cosas que he hablado muchas veces con él: la primera la identificación profunda que hay entre su forma de ser y su trabajo (lo que dice y como lo dice). La segunda es su evolución artística, la manera en que ha ido pasando de unos temas a otros y de una forma de pintar a otra. Lo de la evolución me parece importante (también por su manera de ser) porque hay artistas que no evolucionan, simplemente saltan de un lado a otro, pero Joaquín sabe perfectamente como introducir poco a poco variaciones que lo llevan de una historia a otra pero sin rupturas, sin sobresaltos, tal él como es.
Esto tiene relación también con otra cuestión: la ética y la estética del cuidado de sí y cómo el ejercicio de la pintura (especialmente de la pintura, aunque también trabaje el vídeo) se convierte en un constructo a medio camino entre la tabla de salvación y la flecha que indica el camino a seguir, o más bien, en el caso de esta exposición, en el hilo de Ariadna que permite adentrarse en el laberinto sin miedo a perder el norte.
En el caso de Joaquín Delgado esa ética y estética del cuidado, esa gestión de la vulnerabilidad, esa determinación de adentrarse en el laberinto tiene mucho que ver con el momento de enfrentarse al lienzo en blanco, pero también con la gestión de sus propios miedos y preocupaciones. Descubrir la sensibilidad, lo que sentimos, lo que sienten los demás da vértigo, pero hay que hacerlo y sólo lo conseguimos si entramos en el laberinto, quien se queda en la puerta no resuelve nada. Pero no olvidemos, como nos decía Kavafis, que lo más importante no es llegar sino enriquecerse con todo lo que nos aporta el camino. Siempre sabemos que hay un sitio a donde volver y si lo olvidamos estos cuadros de Joaquín son el hilo que nos enseñará el camino de vuelta.
Queremos enfrentarnos al minotauro de nuestros propios miedos… y si el minotauro fuéramos nosotros mismos? Y si fuera el miedo a ser, a ser libres? A descubrirnos, a conocernos? Para Joaquín Delgado la pintura es el camino, laberinto, el minotauro y el hilo que lo salva.
Hay un camino de vuelta, en esta exposición está el laberinto pero también el hilo. No tengamos miedo a perdernos, hay un camino de vuelta, la vida es el laberinto y el hilo la pintura, pero no tengamos prisa en volver, la vida es rica, es más importante el camino que la meta.
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
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