18/12/10

El Estado y los derechos de la Cultura

El Estado y los derechos de la Cultura

La cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.
UNESCO. Declaración de México. 1982

La definición del concepto de Cultura. Un problema de difícil solución

Cultura y política cultural
La cultura como “servicio público”
Cultura y educación
Calidad frente a cantidad en la programación cultural
Apoyos públicos a la cultura
La Cultura contemporánea como Patrimonio
La cultura como imagen del Estado
La cultura como fuente de riqueza y generadora de empleo:
Las redes de trabajo de la cultura
Cultura y “estado del bienestar”

La definición del concepto de Cultura. Un problema de difícil solución.

Antes de hablar del derecho a la Cultura y de los derechos de la Cultura, sería oportuno definir el concepto de aquello que constituye el eje fundamental de estas páginas. Ciertamente es difícil definirlo, quizá sea más fácil hacerlo por partes, diseccionar el concepto y abordar el tema pormenorizadamente. Indudablemente a lo que me voy a referir en las páginas siguientes es a la cultura contemporánea y más concretamente al arte actual; al problema del arte, de su reconocimiento como patrimonio, como imagen estratégica del Estado, como elemento aglutinador pero también diferenciador, como fuente de riqueza cultural y como generador de empleo y, por supuesto, a su papel, junto la Cultura en general, como pilar del Estado del Bienestar.

No me referiré a la cultura tal como la entienden los antropólogos, como una conducta aprendida o como modos de interpretación y significación de la realidad. Pero sí que entre los investigadores del tema resaltan unos conceptos que me interesan especialmente: cambio, crecimiento, progreso y evolución, porque creo que en estos cuatro términos se encierra, al menos en una buena parte, el trabajo de los creadores y de lo que éste aporta a la sociedad y que a ésta le sirve –le debería servir- para avanzar ella misma y que, además, forma parte indisoluble de ese Estado llamado del Bienestar, especialmente lo que supone de crecimiento, tanto social como personal, de progreso y de evolución y como manifestación de la diversidad.
Estos cuatro conceptos son fundamentales para el arte: cambio desde una situación dada, que impulse un crecimiento en la obra, que la haga progresar y evolucionar, pero no sólo a ella sino al conjunto de la sociedad que la genera, de la que refiere y a quien se dirige.

Sin cambio, pero especialmente sin crecimiento, progreso y evolución no es posible que se dé la obra de arte, como no es posible que se dé la cultura. Ésta es un constructo estético pero también social y dialéctico que interacciona con el público, que lo remueve y le aporta muchas cosas. La obra de arte, como expresaba Duchamp, se hace con el contacto de quien la disfruta y, por tanto, lo enriquece, le da amplitud de miras, le hace conocedor tanto de su historia como de su presente. Le da información de otras formas de hacer, de una diversidad cultural que es parte de su propia riqueza. Creo que la cultura es importantísima tanto para conocernos a nosotros mismos como para conocer a los demás en sus semejanzas y sus diferencias. Y de ese conocimiento se deriva, creo que de una forma lógica, el respeto. Como se enuncia en la declaración de la UNESCO que abre estas reflexiones a través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.

Esto podría arrojar luz sobre la dificultad de la definición: que sirva para el disfrute del público, pero no un disfrute como diversión, sino como algo que aporte algo a su vida, aunque indudablemente la cultura está asociada con la diversión y con el tiempo de ocio. Pero esto último entraña un problema: si la cultura puede ser entendida, también, como ocio, el ocio no es cultura. Desgraciadamente, en los últimos años, estamos asistiendo a una banalización tremenda de la cultura, convertida en moneda de cambio de una policía cultural errática y en motivo para que las agencias turísticas engrosen sus beneficios sin aportar nada a cambio y algo mucho más grave, entender, por ejemplo, inventos como los parques temáticos como “cultura”.

Podemos entenderla (al arte) como aquellas producciones en las que la estética juega un papel importante, casi definitorio. Obras que conjugan diferentes capacidades sensoriales pero que no sólo se quedan en un nivel epidérmico, no de diversión, sino que también van encaminadas a ejercitar el intelecto y enriquecer el discurso y la vida de quien las hace y de quien las disfruta. Obras con capacidad de tejer discursos sociales, de interés público. John Hospers, uno de los grandes teóricos de la Estética, consideraba que “no está hecho el arte para ser adorno de paredes o de mesas, sino para ser objeto de contemplación, de reflexión, de estudio…” y no sólo de las paredes de casas particulares, también de las de los museos o en plazas y rotondas... Quizá esta definición pueda servirnos para aclarar un poco más el concepto: reflexión y estudio.



1. Cultura y política cultural

La política cultural, es decir la cultura que se hace desde el Estado, sea éste nacional, autonómico, provincial o municipal, debería tener como objetivo principal la creación de infraestructuras para el desarrollo de ésta y favorecer el acceso de los ciudadanos . Algunos estudiosos del tema así lo entienden, pero creo que esto solo no basta. Habría que matizar bastante las dos partes.

En primer lugar está la creación de infraestructuras, sean éstas museos, centros de arte o teatros, por ejemplo. Todos recordamos que a finales del siglo pasado se pusieron de moda de los centros de arte, paralela a la de los teatros (más tarde llegó la de los centros de interpretación ). No hubo ciudad que no suspirara por tener un centro de arte, como no había pueblo de importancia que no quisiera tener un teatro. Se construyeron edificios sin tener clara su programación y, lo que es peor, sin tener claro el presupuesto que los dotaría de personal y contenido. Lo que se derivó de esto –y hay suficientes ejemplos para argumentarlo- es la existencia de edificios que no tienen claro su destino ni función. Es decir, se gastaron suculentas cantidades de dinero y no se consiguió fomentar la cultura.

No es suficiente, por tanto, que el Estado cree infraestructuras para la cultura. Hay que saber bien qué se va a hacer en ellas y a quién va dirigida su programación. Antes de acometer una obra pública hay que saber qué déficit va subsanar y quién la va a utilizar. Como también hay que saber que su funcionamiento conlleva un coste, de personal cualificado y de programación. De la misma manera que si se construye una carretera o un centro de salud se estudia a quién va dirigido y cómo se van a mantener activos y actualizados sus servicios. Tener claro que su rentabilidad se obtiene a largo plazo. Los proyectos culturales no son macetas que se plantan hoy y mañana germinan, como tampoco lo son otro tipo de proyectos empresariales .

Por tanto, no creo que, como principio, la creación de infraestructuras se deba quedar ahí. Fundamentalmente porque pienso que no sirve para nada y en muchos casos su efecto ha sido tremendamente negativo. Ejemplos hay de espacios para la cultura construidos sin un objetivo previo, pero con buenas intenciones, que una vez inaugurados se han dejado a la deriva, bien porque luego no había presupuesto para su dotación, bien porque la población que se esperaba asistiera no lo ha asumido. No tiene sentido, por ejemplo, crear un centro de arte y nuevas tecnologías en una ciudad donde no hay tradición de esto, si previamente no se han puesto en marcha redes y actividades formativas que “preparen” al púbico potencial, porque al ver que no hay una afluencia masiva, los políticos, a quienes les encanta contar gente, acabarán cerrando el espacio o cambiando su dedicación .

Lo de “favorecer el acceso de los ciudadanos” tiene más connotaciones. Favorecer el acceso de los ciudadanos a la cultura, como así se expresa en la Constitución Española y en todos los estatutos de autonomía e incluso en declaraciones internacionales, de una u otra manera, no se resume en abrir edificios de uso cultural y programar una serie de actividades. Posibilitar el acceso a la cultura requiere una labor de formación y educación previa y constante para que estos ciudadanos y ciudadanas tengan la -yo diría- necesidad de la cultura. Para que no sean simplemente “consumidores” de cultura, sino parte activa en ella, porque muchas veces somos tratados como “consumidores de cultura” y no como personas con capacidad propia para el razonamiento y la libre elección.

Esta es, también, una labor del Estado : formar ciudadanos inteligentes, con capacidad de elección. Ciudadanos libres. Si no quedara excesivamente pedante, edulcorado y pre moderno, diría que ciudadanos felices porque ahí está precisamente el papel de la cultura como pilar –uno de ellos - del Estado del Bienestar. Obviamente cuanto más culto se es más capacidad crítica se tiene, pero más se disfruta en un concierto, una exposición o leyendo una novela.

Como apunta acertadamente Andrés Webster, desde su posición en México, “la cultura representa una posibilidad de desarrollo para las sociedades. Por un lado, constituye la identidad, los valores, la historia, el patrimonio y a partir de ella se fortalecen los lazos de convivencia. Pero por otro, el patrimonio y las manifestaciones culturales, con un manejo responsable pueden traducirse en una vía para el desarrollo de la sociedad” y como un bien social . A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones, recordando una vez más la declaración de la UNESCO.

Pero esta importante labor de formación no solo afecta al público, también afecta, y de una manera importante, a los productores de la cultura. No puede haber una cultura de calidad sin una formación sólida de los “productores” y también ésta es responsabilidad del Estado o quizá ésta de una manera especial. Lamentablemente, los planes de formación estatales, tanto para artistas como para gestores, críticos y comisarios son escasos y deficientes, en estos últimos mucho más. Hasta hace pocos años no ha habido una formación específica para comisarios y gestores, por ejemplo. Esto se está subsanando con algunos programas máster, pero quedan muchas lagunas que cubrir y generalmente la formación la acabas completando en el desarrollo de tu propio trabajo. Considero esto de interés porque, como digo, de nada sirve ese “libre acceso a la cultura” si ésta no se genera.

Esta falta de planes provoca, que para tener una formación de alto nivel, sea necesario estudiar fuera del Estado Español, lo que, además, hace que muchos no vuelvan o que lo hagan años más tarde. Pero aun esto se hace difícil sin una política de apoyos a la formación y mucho más cuando las relaciones entre Educación y Cultura, aun a nivel administrativo, son más que difíciles. Jamás entenderé que sean dos ministerios diferentes cuando sus objetivos deberían, al menos, converger; como tampoco entiendo que, en Andalucía por ejemplo, la Universidad no esté ni en uno ni en otro. Una planificación general conjunta daría mejores resultados, de eso no me cabe la menor duda.

Actualmente la mayoría de los planes de apoyo al arte contemporáneo de las comunidades autónomas, por ejemplo, priman las ayudas a la producción y, en algunos casos también, a la difusión, pero cuantitativamente son menores a la formación, cuando ésta debería ser la más importante. Claro que de esto no sólo tiene la culpa la Administración Pública, hay que ser justos. La mayoría de los artistas –de los artistas visuales- prefieren las ayudas a la producción, a la compra de materiales para hacer la obra, cuando el principal material para hacer una obra de arte es la educación y formación de quien la hace.

Hablamos del fomento de la cultura y del acceso de los ciudadanos, hablamos de la formación, de la necesaria implicación del Estado, pero también habría que hablar del papel de la Universidad en la creación y fomento de la cultura. La Universidad –y no me refiero sólo a las facultades de Bellas Artes, Historia, Filosofía o Filología- debería jugar un papel primordial en el fomento de la cultura, en la formación de los ciudadanos para acceder a ésta.

Los universitarios y universitarias, esa mal llamada élite intelectual del país, reciben una formación de excelencia –supongámoslo así- en diversas materias, cada una según su disciplina, pero en asuntos de cultura, o de humanidades, su formación brilla por su ausencia. Creo que en las facultades, especialmente en las de ciencias o técnicas, se deberían incluir asignaturas de conocimiento de la cultura, sólo así tendremos una población culta con capacidad para hacer realidad eso que recoge la Constitución: el libre acceso a la cultura, porque sin educación y formación no se puede acceder a nada. No accedes a lo que no conoces, no sientes la necesidad de lo que ignoras.

Pero esto no sólo afecta a los estudios universitarios, hay otra gran cantidad de población que no tiene acceso a éstos o que no los ha podido tener en el pasado. También aquí está la responsabilidad del Estado, en ofrecer planes de formación complementarios. La llamada tercera edad cuenta actualmente con tiempo y capacidad para acceder a una educación que tal vez no pudo tener. Es cierto que se están haciendo planes en este sentido, pero creo que es necesario un esfuerzo más importante en este campo. Los planes de viajes del Imserso son interesantes, no estoy en contra de esto, pero creo que les aportaría más, mucho más, una educación en cultura .


2. La cultura como “servicio público”.

Estas estrategias de apoyo a la cultura son responsabilidad del Estado (o necesitan de éste para subsistir en el caso de las iniciativas privadas ), tanto en la parte formativa como la de producción. La cultura siempre será un sector económicamente deficitario, pero por su dimensión social y por su papel en el Estado del Bienestar, las instituciones públicas tienen la obligación de apoyarlo y, como digo, esto no se puede reducir sólo a crear infraestructuras. Como tampoco se debería aceptar que la cultura sea un servicio público sustentado por los autores.

La cultura no es considerada un “servicio público” en la forma de entenderlo el Derecho Administrativo que sólo se aplica las actividades de contenido económico. El acceso a la cultura como servicio público sería entendido más bien como un “servicio público de mediación”, pero como sí lo es la Educación, esa “mediación” debería desarrollarse, entre otras cosas, en la preparación de los ciudadanos y ciudadanas.
Sin embargo, la Constitución Española en su artículo 149 sí que habla del “servicio de la cultura” como “un deber y atribución esencial de la cultura”, aunque a la luz del artículo 50 ese “servicio” se entiende como “social”, es decir un servicio de asistencia a la tercera edad, pero esto debería extenderse a toda la población. Es cierto, como subrayan Antonio Pau y María J. Roca , que eso no entraña por parte del Estado la “creación de cultura” , pero sí debería entenderse como una labor de fomento, de facilitación de la formación, tanto de los productores como del público, un empeño por facilitar ese “acceso de los ciudadanos a la cultura” a través de la educación. Se podría decir, como señalan los autores citados, que debería ser un “servicio de mediación entre creadores y público”, pero un servicio de mediación que no se puede quedar en el fomento de infraestructuras, como antes he comentado.

3. Cultura y educación.

La cultura y la educación, por el hecho de ser tratadas de forma diferente en la legislación española y administrativamente también, no se pueden abordar de una forma unitaria, pero creo que si no se puede hacer un “estudio unitario”, sí al menos se puede hacer derivado o consecuente ya que, a través de educación, se accede a la cultura.

Para la CE el Derecho a la Educación en un derecho fundamental, como he comentado antes, y la escolarización es obligatoria hasta los 16 años. Sin embargo, el Derecho de Acceso a la Cultura no es un Derecho Fundamental, no lo es porque no hay un deber de acceso a ella. Digamos que no le encuentro sentido a este “juego de derechos” por cuanto entiendo que, en ese periodo obligatorio de escolarización, a la cultura se accede en y a través de la escuela . También en la familia, cierta y necesariamente, pero fundamentalmente en la escuela. Si en la escuela de enseña cultura, la forma de acceder a ella, sus variantes, su riqueza y diversidad, etc. (ojalá esto fuera cierto) y esa obligatoriedad abarca a todo el abanico de lo que en estas instituciones se enseña, bajo el paraguas general de ese Derecho Fundamental a la Educación está también amparada la Cultura.

Educación y Cultura han de ir unidas siempre, porque la una deriva de la otra o está implícita en ella. De hecho, en las declaraciones universales sobre la Cultura siempre se hace hincapié en el derecho a la Educación como forma de acceder a la Cultura .

¿Cuál es el problema por el que el legislador no lo entiende así y la sociedad en general tampoco? Porque se considera a la cultura como “la bella inútil”, como un conjunto de actividades para ocupar los ratos de ocio y, por tanto, a ella misma como ocio. A mi juicio, no se le da el valor que realmente tiene de conocimiento, de experiencia, de posibilidad de acercarse al otro, unos valores que enriquecen nuestra propia vida. No se la considera como una forma de conocer la historia y lo que es aún peor, que hay gente que tiene en sus manos las herramientas para enseñarla y no lo hace.

En esto hay muchos actores implicados y las culpas, como las responsabilidades, hay que repartirlas: efectivamente, por una parte, está la legislación, que la pone sólo a un nivel de mera declaración de intenciones, “acceso de los ciudadanos a la cultura…” etc. Por su puesto que no estoy diciendo que tengamos que acceder a la cultura por ley, no. Lo que digo es que se deberían aprovechar los mecanismos y estrategias de enseñanza que ya existen para enseñar cultura.

Por una parte que los “enseñantes” a veces no se dan cuenta del verdadero valor de su trabajo, de la posibilidad que tienen ante sus ojos de enseñar en cultura, en valores como muchas veces se comenta. Y por otra que los ciudadanos no exigen lo que debieran a las instituciones públicas. Todo esto se resume, como digo, en esa forma errónea de entender para qué sirve la cultura o de no entenderla en absoluto.
En el caso español, ésta se entiende como un valor, eso es cierto o al menos lo parece, pero sin embargo no figura entre los valores que aparecen reseñados en el art. 1 de la CE, ni en los principios del 9. Tanto éstos como la sentencia 71/1997 del TC (ésta la considera un principio rector) hablan una y otra vez del “derecho de acceso a la cultura”, pero se olvidan, una y otra vez, de que para acceder a algo no sólo es preciso que ese algo exista, sino que los ciudadanos y ciudadanas poseedores de ese derecho sepan que la cultura existe, por qué, para qué y recibir una formación que les anime a acercarse a ella como una necesidad. Y para que exista, además, es necesario que se dé la posibilidad de que los “creadores de cultura” puedan hacer su trabajo.

Antonio Pau y María J. Roca especifican que “la razón es que la cultura, en sí misma, no se puede exigir. No la puede exigir el ciudadano y no la pueden exigir los poderes públicos” . Estoy radicalmente en contra, claro que el Estado no puede exigirla, no puede exigir que los ciudadanos sean cultos, pero éstos sí que pueden y deben (deberían) exigir al Estado que exista la cultura y que exista para todos y que existan las actividades y/o planes de formación suficientes para que todos y todas, en igualdad de condiciones, podamos acceder a ella.

Además, está precisamente esto: enseñar cultura. Pongamos como ejemplo las enseñanzas de los cursos superiores de la escuela y en la universidad. En la mayoría de ellas, pero también en las actividades pedagógicas de muchos museos, se enseña constantemente el qué y el cuándo (y en contadas ocasiones el cómo) pero jamás el por qué y el para qué. Quiero decir que, a la hora de explicar un cuadro, por ejemplo, se hace un tremendo hincapié (positivismo) en que los alumnos aprendan quién lo hizo, cuándo y el título de la obra. Pero es que eso es precisamente lo menos importante de una obra de arte, lo importante es por qué se hizo, para quién o quienes la encargaron, en qué tipo de sociedad, economía, sistema político y religioso se creó… qué información nos da ese cuadro, edificio o composición musical sobre el momento histórico en el que fue creado…

Este es el segundo problema de la enseñanza de la cultura, la forma de enseñarla, que no la pone en valor. Si esto ocurre con el arte antiguo… con el actual es que ya ni se considera cultura, ni documento, ni nada. Creo sinceramente que los ciudadanos y ciudadanas deberían ser educados en la cultura, como la mejor forma de conseguir una sociedad pacífica, igualitaria y respetuosa de todos y con todos. Uno de los problemas más atroces de la sociedad es la incultura…

Y creo que este es el verdadero problema y no tanto la legislación, que también, porque si se entendiera la importancia de la cultura en lo que realmente es, la legislación cambiaría, creo que de eso no hay duda.

4. Calidad frente a cantidad en la programación cultural.

Desde las administraciones públicas, especialmente las provinciales y municipales –las que están más cerca del ciudadano- se fomentan unas acciones culturales donde lo importante parece ser la participación, quiero decir que sean actividades que puedan atraer a la mayor cantidad de público posible sin pararse a pensar si tal o cual actividad aporta algo a la gente. Habitualmente leemos en la prensa que determinada actividad o exposición ha sido un éxito porque ha superado en número de asistentes a la anterior. Se cifra el éxito en la cantidad, nunca en la calidad, nunca en evaluar qué les ha aportado eso a los visitantes, qué se han llevado, cultural y formativamente hablando, de una exposición y de una obra de teatro o concierto. Parece que no importa la formación de los ciudadanos, sólo que acudan en masa y hagan enormes colas para entrar en un museo, cuando la vistita, después del cansancio de la espera y de la imposibilidad de ver tranquilamente los cuadros, por poner un ejemplo, se hace algo así como un suplicio que estamos deseando termine.
Creo que si esto lo organiza una entidad privada podría tener algún sentido (aunque yo no se lo encuentro) pero si está organizado por el Estado me parece un error de bulto, se debería fomentar la calidad, nunca la cantidad.


El hecho de que estos grandes planes de la cultura sean asumidos por el Estado, independientemente de que también la iniciativa privada los haga, asegura que tengan la posibilidad de llegar a todos de igual manera, apoyando así tanto la diversidad cultural como el acceso igualitario para todos y todas, base ésta de la auténtica Democracia.

5. Apoyos públicos a la cultura.

Como he comentado antes, dos son los objetivos fundamentales de una buena y eficaz política cultural, y ambos tienen numerosas matizaciones. Entre éstas he comentado la necesidad de atender a los productores de la cultura. Sin “productos culturales”, sin obras de arte, ni tendrían contenido las infraestructuras culturales ni los ciudadanos y ciudadanas tendrían nada a lo que acceder. Por eso me parece igualmente importante tanto una política eficaz de apoyo a la creación como una fiscalidad que favorezca a las instituciones privadas que verdaderamente se impliquen en la acción cultural. En esto las Cajas de Ahorros están directamente implicadas, por normativa, pero lamentablemente el trabajo de algunas es más que deficiente.

En tiempos de bonanza económica parece que no hay problemas, pero cuando arrecia la crisis todo se va al traste. Las Cajas de Ahorros destacan sus fines como sociales y culturales, pero cuando hay recortes siempre van a la parte de cultura. Me parece un error, sobre todo porque no se entiende la cultura en su justa medida, como un valor, también, social.

En España, tanto a nivel estatal como autonómico existen esas iniciativas de apoyo a la creación pero, a mi juicio, son erráticas e indeterminadas y, algo aun peor, parecen estar convencidas de que la política de “café para todos” es la mejor opción para llegar a un repartimiento igualitario de los recursos. No puede ser más desacertado, es populista e ineficaz.

En asuntos de cultura la cantidad está reñida con la calidad, como he mencionado antes en relación a la evaluación del público, pero también en el número de destinatarios de esas ayudas. Está claro que todos tenemos los mismos derechos a acceder a los bienes y ayudas públicas, precisamente porque se trata de dinero público . Pero creo, también, que el Estado tiene –o debería tener- la obligación no de diferenciar a unos ciudadanos de otros, pero sí de evaluar la calidad del trabajo en función de una serie de parámetros que clarificarían la excelencia de éste y, por tanto, de ser apoyado. Parámetros de compromiso, de esfuerzo en la investigación, de trayectoria, de optimización de recursos, de planteamiento y de proyección (en el caso de los artistas más jóvenes), de calidad, de conexión con la creación nacional e internacional e incluso parámetros de interés social .

No se trata de que la Administración se convierta en un crítico que diga tú vales y tú no, pero sí que se acoja a una serie de normas o reglas que, aplicadas a la concesión de ayudas, hagan de éstas un instrumento más eficaz. Un instrumento que contribuya a la mejora de la cultura en España, de su imagen tanto dentro como fuera del Estado. Criterios como los anteriormente mencionados: cambio, crecimiento, progreso y evolución. Es decir, un trabajo que aporte, que innove y que tenga una implicación social . Un trabajo que esté en relación con la producción internacional tanto de dentro con de fuera.

En el trabajo citado Estado y Cultura, de Stefan Huster, Antonio Pau y María J. Roca hablan del “dilema de la neutralidad estética del Estado” y, comentando la jurisprudencia del Tribunal Constitucional Federal de Alemania, especifican que “un ‘control’ del nivel, es decir, una diferenciación entre arte ‘superior’ e ‘inferior’, arte ‘bueno’ y arte ‘malo’ (y por ello digno de protección, o menos digno de ella)… es inadmisible” . No puedo estar más en desacuerdo, primero porque efectivamente existe un arte superior, bueno y digno no sólo de protección sino de apoyo y difusión, como hay un arte –una cultura- malísima e inferior que no debería ser apoyada o no al menos al mismo nivel. Segundo porque hay un arte que constituye el trabajo de muchos creadores para el que estudian, se preparan, viajan, observan, experimentan, tienen una trayectoria profesional… mientras que hay otro, generalmente malo, que sólo se hace como divertimento o como hobby. Y tercero porque el Estado no es una maquinaria anónima o un robot al que se le introducen unos datos y te da un resultado.

Las instituciones del Estado las hacen personas a las que se les supone un conocimiento y una preparación para hacer su trabajo, unas comisiones de valoración que están precisamente para eso, para valorar y emitir un juicio. El Estado, por normativa, tiene comisiones de valoración constituidas por expertos para hacer un trabajo para el que, se supone, están preparados y aquí precisamente hace agua esa supuesta “neutralidad estética” del Estado. Si te designan para formar parte de una comisión de valoración, de selección, para un comité científico o para otorgar unas becas ¿dónde queda esa neutralidad? Neutralidad en tanto que tu valoración sea igualitaria para todos y todas, pero nunca puede ser estética.

Esteve León, en el prólogo al libro de Xavier Marcé y Ramón Bosch, hace referencia al trabajo de Kevin Mulcahy Los emprendedores y el darwinismo cultural. Perspectivas del sistema cultural americano, donde hace un comentario interesante a esos apoyos públicos a la cultura y señala tres puntos que me parece importante recoger, porque evidencian un pensamiento bastante extendido sobre su necesidad. Una aclaración sobre estos tres asuntos me parece oportuna:

a) La ayuda a la cultura es una contribución graciable, improductiva, que está en función de la “sensibilidad” del responsable político de turno.

Hay una parte de esta declaración que es indudablemente cierta: la que se refiere a la “sensibilidad” del responsable de turno. Tantas veces nos hemos encontrado con la imposibilidad de llevar adelante un proyecto porque la persona que ha estado al frente de tal o cual institución era incapaz de comprender lo que le estábamos planteando, y también que al dar con una persona con sensibilidad, cultura, capacidad de iniciativa y entusiasmo todos los problemas se han resuelto sin esfuerzo. Y hay que lamentar que los interlocutores con que nos solemos encontrar en las instituciones no siempre son los más adecuados para capitanear un proyecto cultural.

Pero no es cierto en absoluto que sea un bien “graciable” que se da como quien da una limosna. No se apoya un proyecto cultural –no se debería- como si de un alarde de generosidad del político se tratara y, por supuesto, no se trata de algo improductivo, como creo que queda claro en estas páginas.

b) La ayuda a la cultura es elitista.

No voy a negar que la cultura –algunas culturas o algunos tipos de cultura- tengan un tinte elitista y que para “acceder” a la comprensión y disfrute el arte actual sea necesaria una preparación previa, como para disfrutar de la ópera, de la música sinfónica o de la buena novela. Negarlo sería casi como negar la evidencia. ¿Pero a caso no es parecido lo que ocurre con la literatura (la buena, no la de quiosco), el cine o el teatro? Para cualquier cosa que requiera nuestra atención y comprensión es necesaria una preparación, pero esto no es un problema ni de la cultura, ni de los creadores, ni del público y tal vez sí del Estado.

En otro punto de este trabajo me refiero a la cultura y la educación. Es un problema del Estado, o que éste tiene que resolver porque sobre él recae la formación, instrucción y educación de los ciudadanos. No podemos pensar que la cultura es elitista y que no podemos acceder a ella sin reflexionar antes qué hacen los poderes públicos para subsanar esta carencia entre la población. Una ciudadanía con un grado de cultura aceptable no tendría problemas para acceder a las manifestaciones culturales.

c) La ayuda a la cultura es superflua.

Al hilo de lo que muchos han trabajado sobre la cultura y de lo que planteo en este escrito, creo que tenemos claro que esos apoyos no son superfluos en absoluto. Esos apoyos e iniciativas, tanto los estatales como lo que proceden del sector privado, sirven para que se pueda crear cultura, como para conservar y acrecentar la que ya hay. Sirven para que el país construya su patrimonio futuro, para que sus creadores trabajen con un alto nivel de competitividad, para que existan bienes y actividades a los que los ciudadanos puedan acceder y disfrutar de ellos y para contribuir a la creación y mantenimiento de esa red de iniciativas y puestos de trabajo que ésta genera. Y, por supuesto, para contribuir al estado del bienestar.

6. La Cultura contemporánea como Patrimonio.

“El Patrimonio Histórico Español es el principal testigo de la contribución histórica de los españoles a la civilización universal y de su capacidad creativa contemporánea. La protección y el enriquecimiento de los bienes que lo integran constituyen obligaciones Fundamentales que vinculan a todos los poderes públicos, según el mandato que a los mismos dirige el artículo 46 de la norma constitucional” .

A la luz de este preámbulo de la Ley, podemos observar cómo la legislación española sitúa en el mismo plano de importancia el patrimonio histórico y el actual, al hablar de la “capacidad creativa contemporánea”. Pero también al señalar la importancia de su “enriquecimiento”. No se entiende, o no debería entenderse, que el mismo sólo se refiere a la adquisición, para los museos y colecciones públicas, de bienes de nuestra historia. Está claro que también esos bienes deberían proceder de la creatividad contemporánea de los artistas españoles.

Pero aunque la Ley de Patrimonio del Estado Español especifique esto, y diferentes leyes de mismo tipo de las comunidades autónomas también lo recojan, parece que es sólo una declaración de intenciones y que el legislador se olvidó de la cultura contemporánea en el desarrollo de esas leyes, porque no se vuelve a hacer mención sobre este tema .

Esto constituye una merma en el incremento de las colecciones públicas de arte contemporáneo, pero también en el futuro de nuestro patrimonio. Si, como dice la Ley, éste “es el principal testigo de la contribución histórica de los españoles” y no hay un esfuerzo en las instituciones por apoyar y potenciar el arte actual, difícilmente se verá incrementado este patrimonio de cara al futuro. Quiero decir que el arte que se está haciendo hoy constituirá el patrimonio del futuro e, indudablemente, la aportación de los españoles a esa civilización universal que comenta la Ley.

Creo que tanto la Ley de Patrimonio, como el desarrollo del artículo 46 de la Constitución quedarían en una mera declaración de intenciones si esta política no cambiara. Si no se entendiera el arte actual como parte, también, de nuestra aportación cultural.

Por eso entiendo que el trabajo de los artistas, como el de todos los agentes implicados en la creatividad contemporánea forman parte de nuestro patrimonio y como tal debería ser protegido. Es el patrimonio de hoy y será el del futuro.

Pero esto no se hace con declaraciones de buenas intenciones ni, sólo, con la promulgación de leyes. Debería traducirse en una política cultural verdaderamente efectiva que facilite el desarrollo del trabajo del arte, la formación de los artistas, la difusión y el conocimiento de su trabajo, tanto a nivel nacional como internacional, el reconocimiento de sus derechos y, por supuesto, de la educación y formación de los ciudadanos y ciudadanas para que todos puedan acceder al conocimiento y disfrute de esta creatividad.



7. La cultura como imagen del Estado.

Retomando el Preámbulo de la Ley de Patrimonio de 1985 “testigo de la contribución histórica de los españoles a la civilización universal y de su capacidad creativa contemporánea”, podemos pensar fácilmente que el legislador entiende que la cultura crea, o al menos contribuye a crear, una cierta imagen del Estado; de lo que los habitantes de un determinado Estado, el Español en este caso, han creado y crean y que esto es una contribución a la civilización universal. Es decir, lo que cada uno aporta al conjunto de los saberes universales. Una imagen de Estado moderno, avanzado, democrático.

Por esta razón entiendo que el desarrollo cultural es parte, y parte importante, de ese empeño que hace que los estados “construyan” y den al exterior una imagen de progreso, de modernidad y, también, de bienestar y de respeto.

A la luz de los acontecimientos culturales que protagoniza y apoya el Estado Español y de instituciones como el Instituto Cervantes y los centros culturales que tiene en los países de América Latina, podemos entender que la cultura se sitúa dentro de los objetivos generales del Estado para dar una cierta imagen en el exterior. Es decir, que forma parte de una estrategia, también de comunicación.

Esos acontecimientos son, por ejemplo, los que se organizan desde la SEACEX , AECID o la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales .

Visto lo que estas instituciones, sociedades y agencias hacen, es fácil deducir que la Cultura es un valor de estado. Es lógico que así sea. La mayoría de estas iniciativas, especialmente de la SECC, se centran en acontecimientos históricos, pero también en algunos contemporáneos, aunque no suelen ser sobre la obra de artistas vivos, cosa que sí apoya la SEACEX y en algunos casos a AECID.

Como ya he dicho anteriormente, aquí también se pone de manifiesto que la cultura crea y mueve redes de trabajo, que es un valor, también, económico, de generación de empleo y por lo tanto hay que apoyarlo, como también hay que apoyar el trabajo de los artistas que participan en estas exposiciones y encuentros, conscientes de que su obra forma parte de ese valor de estado, al mismo nivel que la de creadores del pasado. Como he comentado más arriba, el arte de hoy es el patrimonio de mañana.
Pero, aunque sé que redundo en lo ya expresado, no se puede difundir la cultura, y menos crear con ella una imagen exterior –e interior también, claro- de Estado moderno, sin apoyar a los creadores y sin dar una formación adecuada a todos y todas.


8. La cultura como fuente de riqueza y generadora de empleo: Las redes de trabajo de la cultura.

El trabajo que implica o que favorece la cultura no sólo se puede ver en el de los artistas y gestores (directores, productores y comisarios de exposiciones). Es un entramado de redes de trabajo mucho más amplio y complejo que abarca a mucho otros sectores. Están también las galerías, los editores, diseñadores, restauradores, montadores, transportistas, fotógrafos, imprentas, el personal de las actividades pedagógicas y otros trabajadores de las instituciones culturales. Esto hace que la Cultura sea reconocida como el tercer sector productivo del Estado Español .

Quiero decir que muchas veces se piensa que la cultura sólo es un divertimento (la bella inútil), precisamente por esa vinculación de cultura-ocio que antes comentaba. Un divertimento para los que la disfrutan, pero también para los que la hacen. Pero para éstos es su profesión, su modo de vida, independientemente de que también sea su pasión, aunque muchas veces lleve asociada su propia corona de espinas.

Como digo, es un complejo entramado de redes y relaciones profesionales y así debería considerarse más a menudo. Digo esto porque en épocas de recesión económica (como la del momento en que escribo esto) los primeros y más grandes recortes presupuestarios siempre van al campo de la cultura. Cuando los hay en otros sectores sindicatos y plataformas profesionales se quejan de la destrucción de empleo, y con razón, pero nunca se analiza la misma situación en nuestro sector.

Cuando se reduce el presupuesto de gasto público parece que se piensa que lo que ocurre es que hay menos exposiciones en los museos o menos programación en los teatros y es cierto, pero nunca se ve la otra cara de la moneda, lo que esto implica de pérdida de puestos de trabajo directos e indirectos. Pérdida de contratos e ingresos en empresas del sector como las de gestión cultural, de transportes de obras de arte, de conservación, montaje, de guías y un amplio etcétera que lleva a que esas empresas reduzcan la plantilla de empleados e incluso que cierren.

Decía que cuando se recortan los presupuestos en otros sectores profesionales, sindicatos y asociaciones de trabajadores se ponen en guardia y pasan a la acción para reclamar sus derechos. Pero esto, lamentablemente, no ocurre en el sector de la cultura, todo lo más en el mundo del cine y del teatro, en el campo de las artes plásticas jamás se ha dado. Esta desarticulación del sector juega en nuestra contra. La falta de asociaciones y de interlocutores hace que la Administración Pública eche en saco roto nuestras quejas y reivindicaciones.

Hace falta una articulación profesional para que se nos trate como eso, como profesionales. Saber lo que vale (y lo que cuesta) nuestro trabajo y exigir mejoras en consecuencia. En otros campos laborales funcionan los colegios profesionales que regulan sus estatutos, honorarios, etc. y también velan por el intrusismo profesional. En nuestro campo no existe. Existe, en España por ejemplo, una asociación de directores de centros de arte contemporáneo, un consejo nacional de críticos y, por supuesto, el Instituto de Arte Contemporáneo, pero creo que debería estar mejor regulado.

Es cierto que, desde la Administración Pública, no se nos tiene en cuenta muchas veces, pero también lo es que nosotros somos, muchas veces, reacios a organizarnos. No obstante, en el Estado Español ha ido surgiendo los últimos años una serie de asociaciones que están mejorando esa situación . Una mejor organización del sector sería muy provechosa de cara a exigir mejoras a las instituciones.




9. Cultura y “estado del bienestar”.

Según Navarro Viçent el Estado del Bienestar “incluye aquellas intervenciones públicas encaminadas a mejorar el Bienestar y calidad de vida de la ciudadanía, las cuales pueden agruparse en cuatro grandes categorías; las transferencias sociales (entre las cuales las pensiones es el capítulo más importante); los servicios del Estado del Bienestar (entre los cuales los más importantes son sanidad y educación y servicios de ayuda a la familia); las intervenciones normativas para proteger la higiene y seguridad del trabajador y del consumidor, así como del ambiente; y las intervenciones para estimular y garantizar la creación de buen empleo, bien a través de ofrecer el contexto adecuado para la creación de tal empleo por parte del sector privado o la propia financiación y/o provisión de empleo por parte del sector público, cuando la iniciativa privada no es suficiente para alcanzar el pleno empleo.

Éstas son las dimensiones más importantes del Estado del Bienestar que incluyen los aspectos más importantes de la vida cotidiana de la ciudadanía que determinan la calidad de vida de la población.

Pero esta larga definición, aunque incluye la Educación, deja fuera dos aspectos importantes: por un lado la Cultura como base e importante factor del bienestar, y, por otra, si bien abarca un sector importante de la población, deja fuera, en algunos aspectos a la que podríamos llamar “población inactiva”, tanto los jóvenes que aun no están en edad laboral, como a los mayores.

La llamada tercera edad ya no se puede considerar como hacía algunos años. Ahora es un amplio sector de población con plena capacidad de administrar y usar su tiempo libre, lo que implica la necesidad de disponer de mejores medios de comunicación y mayores demandas culturales y no cabe duda que hay que dar respuestas nuevas ante nuevas situaciones.

Pero también la ocupación del tiempo libre de la “población activa” ha cambiado. Ahora se dispone de mucho más tiempo y los ciudadanos demandan, o deberían demandar, una gestión de la cultura diferente, tanto la pública como la privada. Y, para esto, la asociación que se viene haciendo de ocio y cultura no es la mejor fórmula.
Las iniciativas públicas deberían tener en cuenta que esta asociación conduce a un error. Si bien la cultura se disfruta en ese tiempo de ocio, éste, lo que venimos entendiendo por ocio, no implica directa ni forzosamente cultura. El componente de educación de la cultura es un factor a tener muy en cuenta.

Según José Luis Álvarez , España sigue siendo hoy una primera potencia cultural por su historia, por su Patrimonio Histórico y Artístico y por la calidad e importancia de sus artistas y creadores. Esta realidad, muy cierta por otra parte, debería estar presente a la hora de definir el verdadero Estado del Bienestar, debería influir en las políticas del Estado y de las demás administraciones públicas, así como en la imagen externa que queremos –y deberíamos- dar del Estado Español, donde la Cultura debería ocupar un valor estratégico.

Para esto tendíamos que crear una “sociedad de cultura” con una nueva concepción de Estado, el Estado de Cultura, cuyo papel no es tanto dirigir, controlar o crear la cultura, sino más bien garantizar el acceso de todos a ella, la libertar de creación cultural, los derechos de los artistas y trabajadores culturales.

Este “garantizar el acceso a la cultura”, que viene reflejado en la Constitución y en todos los estatutos de autonomía de una manera u otra, pero que dicho así, sin poner una serie de medios para que sea real y se pueda llevar a cabo de una manera efectiva, no deja de ser una mera declaración de intenciones, bastante vacía por otra parte.

Quiero decir que “garantizar” algo sin tener claro qué es ese “algo” y sin poner o facilitar los medios para que se dé no nos lleva a ninguna parte. No tiene sentido garantizar el acceso a algo que no existe o que lo hace de manera errática y raquítica. Si el Estado –y las autonomías- no ponen los medios para que pueda existir una verdadera y efectiva política cultural, para que existan actividades culturales que impliquen educación y reconocimiento, los ciudadanos y ciudadanas no podrán tener acceso a algo que no existe.



Bibliografía

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Ley 6/2008, de 13 de mayo, del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes de Cataluña.

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Plan Estratégico de la Cultura de (PECA) Andalucía. Aprobados por acuerdo del Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía de fecha 13 de noviembre de 2007.

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