29/10/09

REFLEXIONAR SOBRE LO PÚBLICO

REFLEXIONAR SOBRE LO PÚBLICO


A la hora de acercarnos al conocimiento de ese complejo entramado llamado arte público, sobre su existencia real o no, sobre su necesidad o conveniencia, creo que es necesario, en primer lugar, acercarnos a la realidad y diferencia de lo público y –su oposición en –lo privado. Junto a esto, la reflexión sobre la necesidad y finalidad del arte es fundamental. Porque si el arte no es necesario, si no lo fuera, todo nuestro esfuerzo sería baladí y el trabajo de los autores una pirueta estética, en el mejor de los casos, sin fondo ni trascendencia.

Lo público es lo que a la comunidad concierne, lo compartido. Donde nos es dado relacionarnos. Lo privado es lo que queda encerrado en el ámbito de lo doméstico.

Al hablar de arte público todos pensamos instintivamente en el monumento como forma de reconocer una obra de arte “en medio” de la ciudad, pero también como homenaje del colectivo a un personaje o a un hecho histórico. Me parece importante la referencia al “personaje del público” por que en ella se encierra, a mi entender, el verdadero sentido del monumento. El homenaje a un ciudadano o ciudadana salida de entre los demás y a quien es necesario admirar por su aportación al bien de la comunidad. Una persona que tiene la capacidad de convertirse en espejo de la colectividad.

Digo que encuentro en este último razonamiento el verdadero sentido del monumento porque las grandes intervenciones escultóricas que aparecen en las ciudades del antiguo régimen, donde los gobernantes se “heroizaban” y homenajeaban a sí mismos, no me parecen sino espejos de barraca. Por esta razón, obras con vocación de homenaje público como el David de Miguel Ángel o –mejor aun- Los ciudadanos de Calais son el paradigma definitivo del monumento .

Son paradigma por lo que representan y por la capacidad que tienen de crear un espacio en la ciudad. Un espacio en el que los ciudadanos se reconocen como tales y en el que es posible establecer nexos de unión e intereses.

Lo público aparece en el mundo moderno como una exigencia, como una conquista. Políticamente se busca la participación activa del pueblo, con capacidad de decisión sobre los asuntos públicos, todos aquellos que tenían una incidencia directa en sus vidas. Pero esto no solo desde un punto de vista social y económico. También desde la perspectiva de la construcción de la ciudad. Poder participar, por ejemplo, en los planes de engrandecimiento de París, impulsados desde el trono de Luis XIV.

Lo público y lo privado, tanto en el campo de lo social como en el de la creación, se presentan como antagonistas, como dos ámbitos distintos de la vida. En realidad todos sabemos que son las dos caras de la misma moneda, enfrentadas, sí, pero inseparables. A la vista de las “noticias” con las que la televisión nos bombardea constantemente, hablar de público y privado se hace cuando menos tedioso.


Desde el nacimiento de la modernidad, al hablar de lo público nos referimos a todo aquello que atañe a la “res-pública”. La cosa pública es lo que a los ciudadanos interesa para su vida cotidiana. Son los poderes públicos en cuanto que guardianes del orden y la paz y también los bienes de la comunidad.

Lo privado es lo que atañe exclusivamente a la vida personal, en tanto en cuanto no afecta a la de sus convecinos.

Por tanto en lo público hay relación, intercambio, conexiones de unos con otros y, de alguna manera, posibilidad de participación. En lo que a la creación artística se refiere, lo público y lo privado se acomodan a compartimentos estancos perfectamente definidos y delimitados. Se acomodan si entendemos el arte público como monumento y a éste como el objeto de la plaza o del jardín. Pero si pretendemos abarcar el verdadero sentido de público como colectivo, como común, aceptaremos que lo que queremos abarcar con la expresión arte público son más bien espacios de la ciudad en los que es posible relacionarse con los demás. Espacios para compartir. Es decir, una suerte de prácticas artísticas y culturales que buscan la producción de un dominio público. “La producción de un espacio en el que los ciudadanos les sea dado encontrarse, discutir y decidir a través de ese proceso de diálogo racionalmente conducido sobre los asuntos que les conciernen en común” . No es tanto la creación de objetos sino la producción de narraciones y referencias.

Si en lo público hay relación e intercambio, ese arte público debe ofrecer los medios necesarios para que se de. Por tanto lo debemos entender como algo más conceptual que objetual.



El proyecto de arte público

El proyecto de arte público, como obra de arte, crea un espacio literario y narrativo en el que se desarrollan historias y vivencias, como decíamos. El arte público en el siglo XXI tiene la obligación de crear esos “espacios de interacción comunicativa” porque en las sociedades contemporáneas, el monumento, como homenaje y recuerdo del héroe, no tiene cabida. El héroe no existe. En cualquier caso héroe será la colectividad y esa colectividad no reclama verse reflejada sobre un pedestal para la admiración de propios y extraños. Reclama, más bien, un espacio de encuentro, un lugar para compartir y sobre todo un lugar, físico o no, donde reconocerse.

Debe ser, por tanto, un conjunto de prácticas artísticas y culturales que busquen la construcción de lo público.

Los autores actuales también buscan el desarrollo de su trabajo en la esfera pública, para sacar su trabajo de lo venal y así arrancarlo de las manos del gran burgués coleccionista, heredero del monarca, del noble y del clérigo. Buscan que su trabajo se convierta no en objeto de contemplación, sino en espacio de reflexión.

Como consumidores que forman parte de lo público, cuando asistimos a un concierto o a cualquier otro espectáculo, participamos en la esfera pública del arte. Eso es bien cierto, pero no de una manera plena. No plena en el sentido de que no participamos en el proceso artístico. Solo manifestamos adhesión o rechazo. De la misma forma que cuando contemplamos un cuadro, una escultura o leemos una novela. Pero al ocupar un espacio público y hacerlo referente y escenario de nuestras reflexiones y vivencias como ciudadanos, si participamos en la “creación” de ese espacio, si al menos, en su carácter más profundo y trascendental.

Esta debe ser por tanto la vocación del arte público, su finalidad y su verdadera utilidad.

Hay nuevas formas de abordar lo público (acciones participativas, trabajo con la comunidad, Internet) por parte de colectivos interdisciplinarios y artistas independientes. ¿Cuáles son las motivaciones estéticas detrás de estos proyectos? ¿Contienen el germen de una nueva definición de arte, del status del artista, de sus trabajos, y de su relación en la sociedad?

Por todas partes están surgiendo –o intentando surgir- nuevos territorios en el arte-. Esta “necesidad” está en buena parte motivada por la re-definición de esquemas de interacción entre artistas, público e instituciones, puesta de manifiesto, cada vez más, en una necesaria búsqueda de lo público.

También afecta al status del artista y su trabajo. Cada vez es más palpable que no existe un espacio idóneo o privilegiado, existen una serie de posibilidades complementarias entre sí, que demandan del artista autonomía y claridad de criterio en su modus operandi a la hora de definir el espacio pertinente para su trabajo: un mismo artista puede plantear un proyecto en áreas cuyas propiedades espacio-temporales se pueden entender como estables (eventos institucionales, museos, galerías), fluctuantes (publicaciones, comunicaciones, Internet) y efímeras (intervenciones en la ciudad, acciones, investigación y trabajo con comunidad, recorridos, etc.) sin que ninguna experiencia prevalezca necesariamente sobre la otra.

Lo anterior implica entender la obra del artista en un sentido ampliado del término, es decir, no sólo como un conjunto de actividades -formas de obrar- que tienen como fin la elaboración de un objeto, sino como una red de prácticas -modos de operar- que articulan en su conjunto el pensamiento del artista: prácticas de investigación, objetualización, contextualización y publicación.

Son, precisamente, esos modos de operar –la red de prácticas- los que van a configurar el carácter de público de la “nueva creación”. Los que están demandando una redefinición de la esfera pública, porque están elaborando ideas, “objetos” y narraciones para un nuevo espacio. Un nuevo espacio que, además, no tiene por que ser necesariamente, forzosamente, físico.

Ahora bien, tal vez cabe preguntarse, llegado este punto, por las relaciones de estas propuestas con la sociedad, por la forma de acoger y “consumir” este “nuevo arte”. Para muchos no tiene sentido pensar que se puede llegara un acuerdo sobre formas idóneas de relacionarse con la sociedad, lo que sí se puede decir es que es la obra como red de prácticas la que produce sus propias formas de relación, no sólo con un público, sino con los espacios y el contexto social en el cual estas prácticas se inscriben.

Actualmente hay muchos artistas que trabajan en la creación de un modelo de sociabilidad que se formaliza a través de relaciones inter-humanas. En este tipo de trabajo está implícita la idea de que la obra genera relaciones no solamente entre el artista y el observador, sino también con el espacio físico, con el conjunto de personas que pueden apreciarla y pueden intercambiar puntos de vista sobre ella, etc. Por supuesto, estas relaciones son de naturaleza extremadamente diversa y heterogénea, tal como apunta Nicolas Bourriaud en su definición de la “estética relacional”, tal vez la mejor aportación a la forma de entender las relaciones entre la creación y la sociedad actual y su manifestación en lo público.

Lo que es realmente interesante de los espacios independientes como galpones, publicaciones, grupos de discusión y acciones en la ciudad, es que están precisamente creando esas relaciones, no únicamente entre el mismo grupo de artistas sino con un público, una comunidad y un determinado contexto sociocultural, de tal forma que si esto sucede estaremos entrando en una era de “dulce utopía", para utilizar el término de Mauricio Cattelan.

Se trata de construir espacios que permitan experimentar las cosas por un momento, de propiciar situaciones, tal y como lo entendían los situacionistas. Es decir, el artista propone modelos que pueden tener aplicabilidad en el sistema social (y por tanto público), sin que le corresponda a él determinar los modos de aplicación de los espacios que construye.

A partir de ese momento se pueden generar auténticas relaciones entre la obra y el observador público (nos atreveríamos a decir “el disfrutador” de la obra), entre un pensamiento y un espacio, entre las ideas del artista y un contexto específico. Es un espacio de diálogo, un espacio inter-humano, es decir, un proceso que se da sin depender de una operación comercial. Precisamente al no mediar lo comercial lo participativo se hace más evidente. Se trata de un espacio que simplemente necesita de la mediación de un signo, de un objeto, de una imagen que genere diálogo entre las personas. Así de sencillo.

Por otra parte, las nuevas experiencias artísticas reclaman, por su propia esencia y sus propios fines, una presencia en lo público absoluta y una participación del espectador como algo fundamental para ser y realizarse. Prácticas artísticas como intervenciones y performances o los trabajos de los accionistas han necesitado desde el principio del espacio y de la participación del público para la realización plena de la acción y del mensaje. Pero en los últimos años, las experiencias e hibridaciones con lo cinematográfico, con el postcínema, la postfotografía y, sobre todo, el postmedia y el net-art nacen con una vocación clara de búsqueda de lo público como destino y fin y el acceso a ellas, directamente desde el espectador-disfrutador, es evidente.

El desarrollo de muchas obras en el tiempo, en un tiempo real que se deriva de la imagen técnica, lo que llamamos el “tiempo expandido”, hace que su propia “consumición” se deba dar forzosamente en el ámbito de lo público.

Estas “nuevas formas de crear” la obra de arte, no ya como objeto sino como documento hace posible su difusión y comunicación en la esfera de lo público, donde, tal vez, lo radicalmente distinto y novedoso sea la forma de acceder el público a la obra. Los nuevos medios técnicos de difusión hacen que el acceso pueda ser desde el ámbito doméstico del espectador-consumidor y esto rompe definitivamente con las barreras del arte.