8/7/11

EXPOSICIÓN SMILE. FRANCIS NARANJO. GIJÓN, JUNIO-AGOSTO 2011

EJERCICIOS DE PERCEPCIÓN

Según los teóricos de la percepción, el proceso de la información que recibimos del exterior nos encuentra a solas con el mundo (Bayo Margalef), casi se diría que platean la percepción como un ejercicio místico, especialmente espiritual, donde la experiencia sensorial ha de encontrarnos en una cierta disposición de soledad, entendida ésta como aquella en la que nada exterior nos perturba, con los cinco sentidos predispuestos a lo que vamos a ver y sentir. Sólo así se daría esa “experiencia perceptiva”, y en el caso del arte, también la “experiencia estética” y comunicacional.

El hecho de acercarnos a una obra de arte, y de contemplarla en el entorno de una exposición, puede tener algo de esto, aunque no creo que sea absolutamente necesaria esa situación de soledad, de aislamiento del mundo exterior. Muchas veces lo que nos viene de fuera también es información que nos puede ayudar a comprender las cosas, a contextualizarlas y entenderlas en su justa medida, una visión relacional de la obra (Bourriaud). Lo que sí es necesario para esta contemplación, para esa “experiencia estética”, es que no nos dejemos impresionar a primera vista, que no nos seduzcan los cantos de sirenas de una percepción retiniana y nos impidan llegar al puerto seguro de lo que las obras nos quieren comunicar, hay que llegar, hay que pasar más allá de lo que vemos.

La imagen, sumamente elaborada, de la obra de Francis Naranjo nos puede llevar al engaño de una percepción visual puramente retiniana, de quedarnos en la superficie, lo que induciría a error en la valoración de su obra, la valoración de la belleza y el sentido de su trabajo, al considerarla como algo puramente visual y/o estético. Incluso pensar que la exposición es un todo integrado por diversas partes en equilibrio (que lo es), cuando en realidad se trata de un todo integrado por otros “todos”; “todos” construidos como unidades de sentido por sí mismos, aunque dependientes entre sí.

Si esto es así, obra a obra, también lo es que las exposiciones de Naranjo no están constituidas por piezas sueltas que funcionan cuando se las presenta en conjunto. Más bien son un constructo holístico donde las partes, con sus relaciones invisibles pero evidentes, forman un sistema único. El hilo argumental que las cohesiona es la luz, como podemos ver en esta muestra, y una suerte de percepción de la belleza que abarca a casi todos los sentidos, incluida también la memoria.

Las obras que forman la exposición constituyen una experiencia estética, es cierto, –y por tanto visual y teórica- no iniciada en una imagen retiniana como decía antes -o no solamente retiniana- sino como principio de un análisis posterior de un trabajo mucho más profundo. La obra de arte nunca puede ser un espejo que refleje, ha de ser puerta o ventana que nos invite a ir más allá, a cuestionarnos, a reflexionar y estas obras de Naranjo, como todo su trabajo, así funciona. A veces pueden ser una mirilla que nos permite descubrir lo que hay detrás, pero tenemos que hacer el esfuerzo de acercarnos. Romper la barrera de esa belleza que, como decía, sí que podría convertirse en espejo.

Obras como Infierno doméstico, con el poema-ópera de Dionisio Cañas y José Manuel López, nos invitan a acercarnos con una intimidad de la que sólo podemos formar parte nosotros. Es decir, establecer una estrecha relación entre emisor y receptor. A través del cojín escuchamos ese poema-ópera, con un texto que nos obliga a pensar en su propia coherencia interna, en lo surrealista de lo que nos va contando.

A la vista de estas obras nos damos cuenta de que nuestra percepción visual está limitada y no es única sino asociada con otras. Fodor y Pylyshyn (1981) se preguntan en qué medida es directa y cómo una idea nos lleva a otra, de la misma manera que un razonamiento nos lleva a otro. Entiendo que no es directa por cuanto está condicionada –debe estarlo- por una experiencia estética anterior y por un análisis posterior. En este sentido, nuestras experiencias derivan unas de otras. La percepción visual es, también, procesamiento de la información. Ante obras como el poema instalativo Les Saisons, en colaboración con Dionisio Cañas, tenemos dos opciones: o quedarnos con la simple lectura de los textos, la impresión de los colores de la pared y los objetos de la vitrina y el monitor, o profundizar en las sensaciones que nos pueden provocar, por ejemplo, los elementos quirúrgicos, las cucarachas mecánicas o el fragmento del poema Amour/Rome, chemins qui vont nulle part (Amor / Roma, los caminos que van a ninguna parte). O el que aparece puntualmente iluminado en la pared blanca Si tu ne vois pas la profondeur il est que tu ne sais pas regarder (Si tu no ves la profundidad es que no sabes buscar). Precisamente este fragmento podría ser como el lema de la exposición y de nuestra forma de acercarnos a cualquier obra de arte: si no vemos nada es que no sabemos buscar, o que buscamos mal, o que no estamos preparados para encontrar.

Entrar en una exposición debería ser como acceder al sancta sanctorum del artista, conocer y apreciar aquello que lleva meses fabricando (o fruto de la experiencia acumulada durante años), dejarnos invadir por los objetos y las ideas que hay detrás de ellos, por eso debería requerir de una cierta preparación, una disposición que nos abriera la mente y los sentidos.

Considero que es importante que la visión de estas obras se dé libremente, sin condiciones y sin impedimentos, una experiencia de la percepción directa emisor-receptor, aunque forzosamente esté condicionada por la propia habilidad del sujeto en la exploración, por esa “preparación” que decía, que no tiene por qué condicionar, sólo predisponer. Y es esta habilidad lo que nos llevará a observar el todo integrado por sus partes y a éstas como otros “todos” y por tanto a la unidad interna de la obra, aquello que la hace consistente y bella.

Así, podremos diferenciar sus partes a nivel material y conceptual; distinguir entre el asunto, la representación y el significado, el tema y el título e indagar en sus valores sensoriales, formales y vitales. Es decir, una experiencia total de lo que significa una Obra de Arte. La representación de la realidad, la que se opera en la exposición, puede transcender las propiedades del objeto físico, basta con que nos acerquemos, miremos y escuchemos.

Al ser un trabajo que utiliza habitualmente la instalación como formato y medio, construida con una impresionante definición formal y con una gran riqueza conceptual y poética, la experiencia sensorial y estética es aun mayor al crear un espacio no sólo conceptual sino físicamente real. El observador –espectador interesado- se sitúa físicamente dentro de ellas, adoptando así una “actitud estética”, saboreando dicha experiencia. Esto puede resultar algo difícil al principio en el trabajo de Francis Naranjo. Estamos demasiado habituados a indagar en otros asuntos, nuestro sentido de la vista parece acostumbrado a buscar la “utilidad” de las cosas, aquello que nos sirve para lograr objetivos. Esto nos hace verlo todo con un sentido limitado y únicamente para reconocer e identificar objetos o personas, utilitarista, pero no para analizar lo que se nos da o lo que se nos pretende vender. La publicidad y el lenguaje televisivo nos han habituado a esta economía de medios, sin permitir ni la reflexión ni una cierta actitud analítica, y mucho menos crítica, esa que nos permite centrar nuestra atención sobre las características percibidas y no sobre las físicas, las de la obra, que hacen posible lo que estamos viendo, aunque es cierto que ésas, en el trabajo de Naranjo, son significativas y mucho. Esto ocurre muchas veces cuando la tecnología de última generación es importante: el medio puede enmascarar el sentido o, aun peor, llevarnos a pensar que el medio sea el mensaje.

En la exposición hay elementos que enlazan estas obras con otras producidas anteriormente, lo que da pie a descubrir la coherencia de su trabajo. En cada exposición hay nuevas formas de plantear la relación con el espacio, de construir el espacio, con una especie de bajo continuo: la luz, elemento fundamental en todo su trabajo. Lo vemos claramente si analizamos las dos exposiciones anteriores: La condición humana (Instituto Cervantes, París, enero-marzo de 2007) y None is more (CAAM, octubre 2009- enero 2010), las dos primeras partes de la trilogía que cierra ésta de Gijón.

La luz, en sus múltiples variantes, es un elemento constitutivo de la obra de Naranjo. La luz que es tan necesaria como perjudicial en las series fotográficas y videos con el albino, como la que baña espacios convirtiéndolos en lugares misteriosos y diferentes. Una luz casi cegadora en unos y enmascarada por el vapor en otros. Espacios casi espirituales donde “la llama del conocimiento y la revelación se torna roja en la oscuridad, en esos ámbitos de la noche en los que el espíritu itinerante encuentra una luz más intensa que en los inciertos destellos del día. Así, lo sublime alcanza un nuevo vuelo, ya no atado meramente a su inscripción en el cuadro, sino en la configuración constructiva de un espacio que es la replica de nuestro irreprimible deseo de quietud. De silencio. De luz interior” (José Jiménez).

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