14/9/08

EXPOSICIÓN: DIES IRAE. VÍCTOR MANUEL GRACIA

Dies Irae Víctor Manuel Gracia
El proyecto de trabajo de Víctor Manuel Gracia se inicia como una admiración por el Barroco español, como cima pictórica, sobre todo desde un punto de vista conceptual, y por su capacidad de representar ideas y símbolos. Dentro de este mundo estético las formas de la tradición iconográfica andaluza son evidentes es su obra. Parte de la observación y el estudio de la memoria barroca y los iconos característicos del universo de las formas religiosas españolas y especialmente andaluzas, de una apropiación de la historia y la tradición y de una presencia absoluta del cuerpo, que en este trabajo, como lo fue en la pintura barroca, tiene un gran protagonismo, aunque resurgido a la luz de la fotografía contemporánea, como individualidad, como ser autónomo y como icono independiente. Hay una manifestación del cuerpo tal cual es, sin las trabas de antes.
El tratamiento de los personajes que integran las escenas es similar a la presentación que utilizaba el Barroco y otros momentos de la historia del arte, es decir, se crea un escenario artificial y las figuras son tratadas individualmente para, después, montar la escena general.
El respeto a esta etapa de la Historia del Arte, su gusto por los contrastes y las luces y el interés de esta autor por el desnudo le ha llevado a crear una fusión entre la iconografía y una nueva forma de interpretar las obras. La concepción del individuo vinculado a una realidad teatral que se desarrolla en un escenario de luz y color es el punto de apoyo para desarrollar su proyecto. El juego de sombras y atmósferas del tenebrismo, la forma de ver su oscuridad y su naturalismo, dan un peculiar sentido al desnudo, respetando su vinculación religiosa e iconográfica y el carácter narrativo de las obras.
Parte de un estudio de la iconografía religiosa, de los personajes y de los símbolos parlantes de cada santo –esto nos permite reconocerlos, como lo hacían los fieles en el pasado-, para adaptarlos después a su propia forma de interpretar la escena, desvinculándolos a veces de su entorno, introduciendo nuevos personajes y referencias. En las obras de grupo la relación interna es intensa, aunque tal vez sea más patente en los retratos de pareja.
La lectura de esta obra se puede hacer en clave religiosa, posiblemente, aunque no devocional, pero también hay en sus mártires una aproximación a la vida real, quiero decir que ante el naturalismo de los personajes cabe la posibilidad de pensar en el sufrimiento de nuestro mundo, en una historia cercana, de la misma manera que los habitantes de Roma no veían a la Virgen María muerta en la obra de Caravaggio, sino a la prostituta ahogada en el Tiber.
Este trabajo también se sustenta si pensamos que en la época en que vivimos el apropiacionismo postmoderno justifica muchas formas de trabajar. Pero no es simplemente como algo frívolo y acrítico, como una mera referencia a la historia y a la tradición y mucho menos como una copia. No es solo una búsqueda de inspiración o de una estética ya asentada, sino que busca ser más bien un retomar asuntos, bajo un prisma diferente. Podemos aceptar que la apropiación implique, e incluso acepte, la no originalidad. De alguna manera, como opina Juan Martín Prada, “la práctica de apropiación niega, así, el carácter valioso y subversivo de conceptos como “originalidad”, “autenticidad”, “expresión”, “liberación” o “emancipación”. El cuestionamiento de estos y otros conceptos implica también el de las formas tradicionales de recepción e interpretación de las obras: tradición, influencia, desarrollo y evolución”[1]. En muchos casos es como una redescripción artística de lo ya dado, de una ficción que fue un reflejo de la naturaleza y de la realidad y que ahora llega a ser meta-ficción. Si la pintura barroca re-presenta la naturaleza como ficción, esta obra, al ser un retomar la historia, puede estar más allá. Esta forma de elaborar la ficción puede llevarnos a una explosión de los sentidos, una nueva visión de las cosas, una apertura de nuevas dimensiones de la realidad.
Como lenguaje, tanto plástico como conceptual, el apropiacionismo define muy bien lo postmoderno, en tanto en cuanto supone un elevar los recursos de la cita, la alusión o el plagio a fundamento de la obra – aunque creo que no hay tanto plagio como búsqueda, al menos en muchos casos-. Esto, como digo, caracteriza la práctica artística postmoderna. La revisión y la relectura de lo dado están presentes en todos los campos, desde la pintura al cine, desde la música a la moda, desde el diseño a las prácticas de acción. Es la dependencia de la obra de arte de su mundo estético, narrativo y del discurso histórico, de la tradición cultural y religiosa. Algo que, además, en Andalucía está permanentemente presente. Las formas de “lo barroco” inundan, pretendidamente o no, todos los campos de la estética, elaborando constantemente una re-utilización de la realidad y un traslado de discursos y prácticas artísticas o pseudo-artísticas, desde la Semana Santa a la Feria, desde los arcos y portadas al Rocío.Las obras que presenta Víctor Manuel Gracia son “El martirio de Santa Catalina”, “La Madre” (con la iconografía de La Piedad” y “Las tentaciones” (de San Jerónimo). Tal vez de las tres la más llamativa sea la de la santa de Siena, por la relación entre la santa y el ángel –es este caso un ángel femenino- que lleva los símbolos del martirio. La Madre es un conjunto de personajes que se agrupan en torno a una mujer con su hijo muerto y el San Jerónimo recoge la escena de la flagelación, en castigo por no rechazar fuertemente las tentaciones del mundo.[1] Martín Prada, Juan. “La apropiación Postmoderna. Arte, práctica apropiacionista y teoría de la Postmodernidad”. Ed. Fundamentos. Madrid.

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