16/10/12

La obra de arte como intersticio social.

“La esencia de la práctica artística residirá así en la invención de las relaciones entre sujetos; cada obra de arte en particular sería la propuesta para habitar un mundo en común y el trabajo de cada artista, un haz de relaciones con el mundo que generaría a su vez otras relaciones, y así sucesivamente hasta el infinito”. Nicolas Bourriaud Estética relacional La obra de arte como intersticio social. La práctica artística en un contexto histórico específico demanda, tanto de los/as artistas como de los/as gestores/as encargados de su exhibición y difusión, una atenta mirada al mundo en que vivimos. Demanda una atenta mirada a ese contexto pero no sólo como propuesta a investigar, sino como algo que nos concierne a todos/as porque todos/as estamos implicados/as en ello. Si a esto le añadimos que la historia no ha sido nunca tan diversa y compleja como ahora y que la escena mundial se ha configurado en las últimas décadas como un espacio múltiple y abierto, un mundo multipolar, deduciremos que el arte actual tiene abiertos más frentes de actuación que nunca y que la realidad en la que vivimos nos está demandando, a las gentes de la cultura, una respuesta pronta y eficaz. Muchos colectivos sociales demandan nuestra posibilidad de ser altavoces. Nos piden que los miremos, pero también que nos miremos en ellos. Frentes de actuación múltiples a los que es necesario volver nuestra mirada, para hacer que el arte -nuestro trabajo- sea, como dice Bourriaud, una invención de relaciones entre sujetos, y si no una invención, sí al menos que pueda establecer ese cruce de miradas en donde nos podamos reconocer todos y todas como iguales intentando habitar un mundo común. Además, las nuevas tecnologías de la comunicación y la información han abierto un espacio transnacional sin fronteras y ese espacio múltiple es ya casi infinito. Por eso creo que es necesario, hoy más que nunca, elaborar un discurso contextualizado, plural y transformador, un discurso insumiso en cuanto a las fronteras y los contenidos representacionales, dejando de lado las prácticas artísticas que no tienen relación alguna con la vida social y cotidiana , para ayudar a construir discursos e imágenes que señalen fracturas en los códigos de representación normalizadores. Es decir, hacer del arte una propuesta social/política. El compromiso que se nos está demandando conduce a una visión de la cultura que no puede sentirse alejada de lo social/político ni, tampoco, como una parte de una visión de la sociedad orgánica y funcionalista, sino como un lugar de conflicto, resistencia y lucha para posibilitar vías de discusión transversales, abiertas y porosas en una sociedad que, además, experimenta constantemente conflictos políticos, secuestros de libertades y divisiones/agresiones de género, clase y raza. El/la artista, como cualquier otro/a ciudadano/a, es un ser social/político y, por tanto, su vida y su obra no se pueden desarrollar en compartimentos estancos. Creo que no podemos pensar una cosa y crear sobre los postulados de otra. Por eso el arte actual continúa proponiendo modelos perceptivos, experimentales, críticos, participativos; es decir, sociales/políticos, relacionales y contextuales. Las obras de arte ya no tienen como meta trabajar sobre contextos ficticios o utópicos, sino construir modos de existencia o modelos de acción dentro de lo real ya existente. “Nada más absurdo que afirmar que el arte contemporáneo no desarrolla proyecto cultural o político alguno y que sus aspectos no tienen base teórica: su proyecto, que concierne tanto a las condiciones de trabajo y de producción de objetos culturales como a las formas cambiantes de la vida en la sociedad” , es un proyecto social y por tanto político. En este sentido, si decimos que al ponernos delante de una obra de arte lo más importante no es mirarla –observarla- sino sentirnos mirados –observados- por ella, al acercarnos a obras que trabajan sobre un contexto social/político no es que nos sintamos mirados sino que, más allá, a través de ellas, nos sintamos mirados por los personajes o las narraciones construidas, porque una obra de arte nunca puede ser un espejo que refleje, ha de ser puerta o ventana que nos permita mirar más allá, entrar dentro de lo que se nos está proponiendo. Nos sentiremos preguntados e interpelados: esto hemos conseguido con “sangre, sudor y lágrimas” y tú qué, qué estás dispuesto a hacer. Por eso, pienso que estas obras, más allá de una propuesta estética –que lo son-, son un constructo social, la mirada del otro y nosotros también somos otro. Si Duchamp decía que las miradas son las que posibilitan los cuadros, nuestras miradas posibilitan no ya los cuadros o fotografías, sino las acciones en ellas propuestas, porque una obra realizada en un contexto social/político se presenta como una duración por experimentar, como una apertura hacia un intercambio ilimitado. Y este intercambio de ideas y acciones es precisamente lo importante para hacer un trabajo contextual. Las obras que forman parte de esta exposición no son espejos que reflejan una situación dada, la de la primavera árabe, no son frames, no son algo que vemos en la pantalla de nuestro televisor o en las páginas de la prensa, son ventanas a un mundo cercano, a vidas de hombres y mujeres como nosotros que en un momento determinado y decisivo de sus vidas dijeron “basta ya!!” y su grito corrió como un reguero de pólvora por el mundo. Pero no un grito desgarrador, sino de esperanza, la que vemos en la alegría de sus rostros. Es una forma de arte que parte de la intersubjetividad, y tiene por tema central un “estar-juntos”, el encuentro entre observador y obra, la elaboración colectiva de sentido. Ese “estar-juntos” significa e implica comunicación e intercambio, y no puede haber esto si el arte no habla de asuntos que a todos y todas conciernen e interesan, porque la esencia de lo social necesita del re-conocimiento. En una exposición como esta, la posibilidad de una discusión inmediata surge rápidamente, porque el arte –la creación cultural- es el lugar de producción de una sociabilidad específica, un espacio para las relaciones humanas que sugiere posibilidades de intercambio; es decir, un intersticio y en esto consiste –o debería consistir- nuestro trabajo: un intersticio de intercambio y comunicación. Una exposición es un lugar privilegiado donde se instalan colectividades instantáneas, un laboratorio de ideas propuestas y compartidas. Un espacio político de sociabilidades donde se nos acerca a una situación real, la primavera árabe, pero no proponiéndola sólo como un referente para la observación, no ese espejo del que hablaba antes, no como una pecera tras cuyo cristal observamos el comportamiento de unos grupos sociales totalmente ajenos a nosotros. Más bien nos propone un modelo de comportamiento ciudadano, es decir, social/político, como un ejemplo real de formas de implicación, de comportamiento y lucha. De compromiso y de acción colectiva, en algunos casos, incluso como un modelo a seguir, como una posibilidad de futuro, como un decir “el mundo es nuestro y podemos cambiarlo: hagámoslo”. Por tanto creo que el arte, este arte, es un estado de encuentro, un intersticio social donde nos es dado compartirnos. Y esto creo que se ve muy bien en las obras seleccionadas para la muestra, en los cuadros de Simeón Saiz Ruiz, desde donde nos miran con sus sonrisas de esperanza; en los diferentes grupos que aparecen en los dibujos de Harry Brusche; en los retratos de Wojciech Cieśnieski, que parece querer congelar una imagen, perpetuar sus miradas, como parece querer congelar el tiempo, las voces, los eslóganes y los símbolos la obra de Wolfgang Wirth, especialmente esas good news . Recuerdos de lucha y victoria seleccionados por Monika Anselment como si se tratara de suvenires de turistas, recuerdos que también aparecen en sus fotografías, donde sólo podemos ver las caras de la alegría por lo conseguido. Una esperanza que se abre al horizonte, al futuro abierto y claro que nos propone Brise la mer! De Claire Angelini. Las dos obras enfrentadas de Angelini, ésta citada y Jeune, révolution!, nos hablan de dos realidades cercanas: las de Argelia y Túnez, de la guerra con Francia primero y de cómo los jóvenes ha sabido hacer la revolución en el segundo caso. Efectivamente no ha sido fácil conseguirlo, como parece querer decirnos Carlos Correia en esa gran panoplia que efectivamente nos recuerda a la serie goyesca sobre los desastres de la guerra, en todas las guerras hay desastres y las imágenes de la represión son muy parecidas unas a otras. Antes hacía referencia al papel que juegan en la actualidad las nuevas formas de comunicación, como difusoras de la información, que han acabado por romper las fronteras y sabemos que en el caso del que hablamos fueron importantes como elemento de cohesión de los/as ciudadanos/as. También esto queda recogido en trabajos como el de Marek Szymanski, donde llama nuestra atención sobre una de estas formas: el Facebook, gracias al que podemos seguir en directo muchos acontecimientos, como fue este caso. Estas obras, como el “proceso emocional de una revolución” de Sofia Jack (emociones positivas) o Square de Peter Hauenschild, cuyos dibujos pixelados hacen que las identidades individuales desaparezcan, abren esa puerta a la ilusión y crean, como las otras, un trabajo cultural donde nos es permitido aprehender las transformaciones que se dan hoy en el campo de lo social/político, darnos cuenta de lo que ya ha cambiado y lo que continúa transformándose, donde todos/as tendremos un papel que jugar. Creo que estás obras no tratan tanto de la reinvención de las experiencias, como opinan algunos, sino de asumir éstas como algo propio y compartido. Bibliografía Ardenne, Paul. Un arte contextual. Creación artística en medio urbano, en situación, de intervención, de participación. CENDEAC, MURCIA, 2006. Barbancho, Juan-Ramón. El elogio de la locura. Cuando los compromisos devienen en imágenes. Fundación Chirivella Soriano. Valencia. 2012. Bourriaud, Nicolas. Estética relacional. Los sentidos/artes visuales. Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires, Argentina. 2ª edición. 2008. Brea, José Luis. La era postmedia. Acción comunicativa, prácticas (post)artísticas y dispositivos neomediales. Argumentos, Centro de Arte de Salamanca. Salamanca, 2002. Fischer, Ernst. La necesidad del Arte. Nexos. Madrid. 1993. Este texto ha sido escrito para la exposición "Tiempos de alegría". Galería Fúcares, Almagro, Ciudad Real. Octubre-noviembre de 2012.